El barrio Candioti es uno de los más antiguos de Santa Fe, la capital de la provincia homónima, a unos 500 kilómetros al noreste de Buenos Aires, la capital de Argentina. Su nombre es un homenaje a una familia histórica de la zona, que proveyera gobernadores, alcaldes y personalidades públicas durante toda la historia de la ciudad y la provincia. El barrio, con sus calles empedradas, sus antiguos palacetes y sus árboles centenarios forman un escenario perfecto para vivir o pasear.
Tiene clubes, plazas arboladas y buenos restoranes. Y a pocas cuadras del eléctrico micro-centro, ofrece un ambiente recoleto y apacible. Por la disposición de las vías del tren, los talleres ferroviarios y la estación del ferrocarril francés, el barrio se desarrolló aislado del resto de la ciudad.
Al este, limita con el río Santa Fe y al oeste con un magnífico boulevard inaugurado en 1887, que une a la ciudad con la Laguna Setúbal y que remata en el Puente Colgante, una sensacional obra de hierro fundido de estructura semi rígida que desde 1928 salva la laguna y une a la ciudad con Colastiné, una zona rodeada de agua que mezcla universidades con aldeas de pescadores.
Ernesto Pellegrini –de visita por la ciudad- recorre el barrio. Sabe que es mejor hacerlo en la primavera santafesina, ya que los veranos son tórridos, los otoños opacos y los inviernos –como en todo el mundo- traicioneros. Al mediodía, bajo un cielo celeste, observa impávido el agua centelleante bajo el Puente Colgante, atisba pescadores embarcarse raudos rumbo a Alto Verde, se toma un café en el elegante club Regatas y sigue su camino.
Como la tarde lo permite, curiosea los jardines, esquiva vecinos que pasean perros y sonríe ante la cadencia de ese barrio de casas bajas y vecinos atrapados bajo una forma encantadora de parsimonia. Al llegar a la avenida Ituzaingó encuentra una centenaria edificación, tan bella como útil: es la planta potabilizadora de agua de la ciudad. Inaugurada en 1907 –en el marco de la epidemia de cólera que azotaba la región- brindó agua potable para los santafesinos, trayendo agua cruda desde el río Colastiné y –luego de una de las tantas inundaciones- desde el riacho Santa Fe.
Para todos
Originalmente prestados por una compañía británica, los servicios de agua y alcantarillado se nacionalizaron en Argentina en 1892. En 1912 se creó Obras Sanitarias de la Nación, una compañía estatal encargada de proporcionar servicio en las principales ciudades (mientras que en ciudades pequeñas era responsabilidad de los gobiernos provinciales, municipios y cooperativas).
En los años sesenta y setenta comenzó un proceso de deterioro gradual de la calidad del servicio, sin un mantenimiento adecuado y pocas inversiones para mejorar la infraestructura. En 1980, el gobierno militar comenzó un proceso de descentralización de la provisión de servicios en las principales ciudades atendidas por OSN (a excepción del área metropolitana de Buenos Aires). En otras ciudades, OSN transfirió sus responsabilidades a los gobiernos provinciales.
Durante la década de los noventa (Goldman, 2004)[i] tanto desde la perspectiva de la instituciones financieras internacionales como de escenarios multilaterales -la Cumbre de Río de 1992-, la privatización del agua se empezó a discutir como la mejor política para abordar el suministro de agua en el sur del planeta.
El negocio del agua se transformó rápidamente: en un lapso de 10 años muchos países pobres privatizaron sus servicios de agua y saneamiento a favor, básicamente, de empresas europeas. La narrativa del Banco Mundial y de otras instituciones financieras para el desarrollo fue exitosa al asociar la imagen del agua limpia con la creación de oportunidades para negocios. Al resolver el problema del agua, la economía se modernizaría y los países del sur saldrían de la pobreza.
¿Cómo fue que el concepto de agua para todos devino solución hegemónica? El paradigma central se basaba en una mirada abiertamente colonial, que asumía que la falta de agua potable era un indicativo ineludible de que los países del Tercer Mundo son corruptos y politizados. La narrativa aseguraba que el principal obstáculo para resolver estos problemas inextricablemente vinculados era el Estado y que al eliminar sus regulaciones se preparaba a la economía para el arribo del gran capital.[ii]
Así, la lógica de la privatización de los servicios públicos se volvió parte central de la agenda política con un consenso total por parte de los medios de comunicaciones: el neoliberalismo había ganado el sentido común. La situación en Argentina coincidió con el contexto político y cultural global, en el que una red diversa de actores (ONG, corporaciones transnacionales, expertos y periodistas) construyeron un consenso global sobre el problema del agua, al culpar al sector público y a los Estados de proporcionar un servicio ineficiente y politizado (monopolista y corrupto), incrustado en una cultura inculcada de despilfarro, relacionada con la falta de productividad y la pereza.
En 1992, el gobierno peronista de Carlos Saúl Menem adoptó una agenda económica basada en los ideales del neoliberalismo, promovida por el FMI y el Banco Mundial, basada en la desregulación de la economía y la privatización de los servicios públicos. Tuvo lugar entonces (Aspiazu, 1998) uno de los grandes cambios ideológicos en la historia nacional: el gobierno de Carlos Menem utilizó el éxito temporal del Plan de Convertibilidad para imponer un programa integral de privatización de los activos públicos.
Es cierto que –Aspiazu dixit- poderosos inversores extranjeros y nacionales, así como acreedores extranjeros como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, habían promovido durante mucho tiempo un programa de ajuste estructural neoliberal en Argentina, pero fue asombroso que este plan político fuera impuesto por una Administración nacional y provincial peronista, un partido político históricamente caracterizado por sus posiciones estatistas y nacionalistas.
Paradójicamente, el Secretario General del sindicato que representaba a los trabajadores de la empresa pública –que inicialmente rechazó la privatización-, se convirtió en el informante de la iniciativa ante la legislatura provincial (un sorprendente cambio que generó suspicacias de todo tipo). Los expertos (Basualdo, 2004) afirman que una pieza central de la estrategia privatizadora por parte del nuevo gobierno y de los sectores de poder, fue la inclusión de los sindicatos en la restringida “mesa de negociación”, lo cual resultó clave para neutralizar la resistencia social a la política privatizadora. [iii]
Es interesante observar hasta qué punto el neoliberalismo construyó la hegemonía cultural en los años noventa, ganando una verdadera batalla identitaria: un informe de la Asociación del Personal Jerárquico del Agua y la Energía destaca que el apoyo de los empleados a las privatizaciones se basa en los beneficios de la modernización, con mejores condiciones de trabajo, capacitación de acuerdo con sus puestos, equipo de seguridad, salarios de acuerdo con sus capacidades y habilidades. Todavía más: el programa de participación empresarial cambiaba la naturaleza misma del rol de los empleados. Los trabajadores, así, en la narrativa neoliberal, pasaban de proletarios a propietarios.
Mientras tanto, la ola de privatizaciones no se detenía: junto al servicio de agua, se intentó privatizar los servicios eléctricos. La legislatura provincial autorizó al gobierno a privatizar la generación y distribución de energía eléctrica.[iv] Pero el sindicato luchó, organizó un intenso programa de resistencia política que -junto con una buena estrategia de medios- obtuvo el apoyo de los consumidores: el gobierno abandonó su intento.
Paradójicamente, la fuerte cultural sindical de la Argentina, lejos de frenar las reformas, fue una pieza clave en la estrategia de privatización. Los analistas (Etchemendy, 2011) explican que con sus centrales sindicales centralizadas a nivel nacional, los sindicalistas organizaron una negociación monopólica con el poder político y empresarial que intercambiara su apoyo institucional y la eliminación del sindicalismo más radical, a cambio de mantener la representación exclusiva de los trabajadores y obtener un programa de propiedad compartida.[v]
En 1995, los servicios de agua y saneamiento santafesinos quedaron a cargo por 30 años de Aguas Provinciales SA. Los pasivos y las deudas de Saneamiento no fueron asumidos por la empresa, quedando en manos del estado. El servicio fue realizado por la empresa Aguas Argentinas, propiedad en su mayor parte del grupo francés Suez, el español Aguas de Barcelona y grupos privados locales como el Banco Galicia. Pero, según los expertos (Muñoz, 2005), el concesionario incumplió los objetivos prometidos. [vi]
La resistencia.
Desde el principio, hubo una reacción social y política contra la privatización de los servicios.. Ambas cámaras legislativas provinciales se opusieron al proyecto de ley, pero la presión del poder ejecutivo -junto con una astuta estrategia de los medios de comunicación- ganó impulso.
Con los años, el conflicto social contra la privatización se fue multiplicando en las ciudades afectadas, aumentando el nivel de críticas. Esta crítica, no siempre visible en la prensa, debido a la intensa estrategia de medios desplegada por la firma privada, fue ganando impulso, siendo más extendida y uniforme.
En 2001 tuvo lugar la crisis económica y social más severa de toda la historia argentina. [i]Esta profunda crisis fue el escenario en el que se consolidó una intensa cultura de participación política, con sectores sociales organizados y protestando en las calles, combatiendo las políticas conservadoras impuestas por el neo liberalismo.
El fin de una era.
En ese particular contexto, comenzó en Santa Fe un proceso de integración de conflictos, uniendo una red de vecinos y activistas (ambientalistas, consumidores, profesionales, estudiantes, docentes, comerciantes, clubes deportivos y asociaciones cívicas), que culminó en la formación de una Asamblea Provincial para el derecho al agua a mediados de 2002.
El paso siguiente fue organizar un plebiscito. El plebiscito provincial (26 de septiembre al 1 de octubre de 2002) fue un momento catalítico: las luchas acumuladas a lo largo de los años fueron simbolizadas por más de 250 mil personas que votaron por la finalización del contrato. A lo largo de 2004 y 2005, los activistas notaron que sus posiciones habían devenido el nuevo sentido común en la arena pública y que la clase política (incluido el Gobernador de la Provincia, del mismo partido político que había privatizado el servicio años atrás) comenzó a criticar a la empresa privada.
Las autoridades provinciales dudaban entre rescindir el contrato, renovarlo (aumentando la tarifa) a la misma empresa u ofrecerlo a un nuevo socio privado. Mientras tanto, la empresa presionaba para obtener una reestructuración tarifaria del 60%.[1] En 2005, se rescindió el contrato. La legislatura provincial creó la empresa Aguas Santafesinas, una corporación bajo control público que ha estado prestando el servicio desde 2006. La nueva empresa pública mantuvo el 10% de propiedad a nombre de los empleados. [2]
Ernesto Pellegrini deja atrás el edificio de Aguas Santafesinas y camina por Ituzaingó rumbo a Lavalle. En su mente, las preguntas se suceden: ¿Por qué fue tan fácil privatizar en 1992? ¿Por qué fue tan fácil re-estatizar en 2006? ¿La privatización fue posible sólo por la corrupción? ¿Los que apoyaron la privatización creyeron los dogmas neoliberales? ¿Cómo es la construcción moderna de la hegemonía y del sentido común?
Pide un liso, que en la jerga local es un vaso de cerveza fría, tirada del barril, servida en un vaso de vidrio delgado. Como hace calor, la cerveza local es rubia y fresca. Ese tipo de cerveza -junto con ir al río, comer empanadas de pescado, tomar mate con alfajores de merengue crocante y pelearse por el clásico de fútbol- constituye parte del mandato local.
Dos amigos se sientan en la mesa de Pellegrini. Uno es alto y dibuja como los dioses. El otro sabe mucho de agricultura. Hablan de fútbol, de mujeres y de un amigo que ya no está en esa mesa, dueño de un humor proverbial. Pellegrini comparte con ellos sus angustias por el agua de la nación. Pero sólo recibe comentarios cínicos sobre la argentinidad, en medio de un debate –más sustantivo- en torno a las empanadas de pescado.
Estaba por insistir, cuando nota un caño gigante que sobrevuela el patio cervecero. Es un liso-ducto, le aclaran, trae cerveza directamente desde la fábrica hasta el patio cervecero. De pronto, todas las preguntas –y las preocupaciones- de Pellegrini sobre el agua de la nación se desvanecen. Un amigo celebra el repulgue de las empanadas de pescado mientras dibuja sobre una servilleta como si en eso le fuera la vida. El otro prende un habano y se explaya sobre economía local.
Ernesto Pellegrini sonríe mientras busca ayuda en la penumbra del lugar. Desde atrás de la glorieta se le aparece una joven rubia, con sus manos en un delantal negro y la mirada atenta. Pellegrini le muestra tres dedos de su mano derecha y -sin decir ni una palabra- la joven sale rumbo a la cocina por otras tres cervezas. Pellegrini se acomoda en su silla. El mimbre cruje, casi imperceptiblemente, mientras la noche -mansa, pero definitivamente- se apodera de barrio Candioti.
Links con información:
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/argentina/flacso/azpiazu.pdf
https://iberoamericasocial.com/la-privaticacion-del-agua-en-el-sur-del-mundo/
https://www.amazon.com/Recursos-p%C3%BAblicos-negocios-privados-Investigaci%C3%B3n/dp/9879300599
http://www.enress.gov.ar/institucional/historia/
https://www.researchgate.net/publication/46449339_La_concesion_de_Aguas_Provinciales_de_Santa_Fe
https://fcpolit.unr.edu.ar/derecho-al-agua-un-acto-de-insurgencia-academica-y-popular/
https://www.amazon.com/dp/0521763126/ref=rdr_ext_tmb