El área ubicada en el eje de la Quinta Avenida y la Calle 23 en Manhattan es quizás una de las más bellas de la ciudad de Nueva York. Compuesta, entre otros edificios y espacios, por Madison Square Park, el Metropolitan Life Buiilding y el Flatiron Building, es un lugar cargado de significado para los newyorkers y muy visitado por los turistas.
El Flatiron Building, construido en 1902, simboliza una etapa muy particular en la vida americana. En 1855, el arquitecto e ingeniero William Le Baron Jenney construyó un edificio de diez pisos –Home Insurance Building– en Chicago, dando paso a la primera manifestación de la arquitectura moderna y a su ícono más visible: el rascacielos. La Escuela de Chicago fue el primer movimiento de arquitectura moderna que utilizó vigas de acero y columnas de hierro forjado revestidas de mampostería de cemento como sistema constructivo.
Esa escuela de arquitectura estaría liderada por cuatro arquitectos, uno de los cuales –Daniel Burnham- será el responsable general del proyecto del Flatiron Building, junto a Frederick Dinkelberg, con quien habían trabajado juntos en otros proyectos, como la Exposición Universal de Chicago de 1893. Las estructuras de acero fueron utilizados en varios edificios previamente construidos (el Rookery (1886), el Monadnock Construcción (1891) y el Reliance Building (1895).
Brevemente conocido como Fuller Building (por su dueño original, David Fuller) el Flatiron Building llevará hasta el límite las técnicas de la época y dará muestra clara del impacto del uso de los ascensores en la vida cotidiana. Será uno de los primeros rascacielos, esa suerte de catedrales auto-monumentales, que servían para reproducir el mundo, hacer negocios y mostrar el triunfo de la modernidad, tal como lo afirma Rem Koolhas en su célebre ensayo Delirious New York.
El Flatiron Building genera un efecto hipnótico, con esa extraña forma arrojada como un hito indeleble en medio de la ciudad (aunque en su época estaba instalado en lo que se consideraba Up Town, al norte de la calle 14), revestido de las bellas formas de la École des Beaux-Arts , combinando realismo y terminación exterior, integrando a la escultura con la arquitectura más monumental.
En ese conjunto urbanístico hay una breve plazoleta triangular que pasa desapercibida y es conocida como General Worth Square, que aparece frente a uno mirando desde la esquina del Flatiron. Es una plaza pequeña, encerrada en un triángulo urbano (Broadway, Fifth Avenue, West 24th y West 25th Street) cuya visibilidad se desvanece en medio de otros edificios y calles aledañas.
Esa breve plaza es un homenaje al General William Jenkins Worth, héroe de la guerra contra México, también conocida como la invasión estadounidense a México. Esta antigua plazoleta (una de las más antiguas de la ciudad, data de 1807) contiene las reliquias del General Worth. El monumento, emplazado en 1857 es también uno de los dos monumentos más antiguos de la ciudad (el otro es la estatua ecuestre de George Washington en Union Square, de 1856).
Worth fue enterrado allí el Día de la Evacuación (cuando los americanos recordaron –como cada 25 de noviembre- la salida del ejército británico de las colonias americanas) con un imponente homenaje con 6.500 soldados.
James Goodwin Batterson diseñó un monumento que remata en una breve columna de granito 15 metros de altura que tiene inscriptas las principales batallas libradas por Worh y está rodeada de una cerca de hierro con puntas que imitan el Sable de Honor que el Parlamento Americano tributara a Worth por su rol en la Guerra contra México.
Worth, aunque criado en una familia cuáquera y pacifista, entró al ejército para desarrollar una carrera estelar. Si bien no era graduado en West Point, su valor en combate le permitió alcanzar el grado de General hacia el final de la Guerra de Florida (una impopular y costosa guerra contra la tribu seminola). Worth luchó bajo el mando del General Winfield Scott, con quien posteriormente mantuvo una disputa que fuera allanada en vía judicial. Worth participó en combates claves en la Guerra con México –como el sitio a Vera Cruz, la batalla de Cerro Gordo y el asalto final a Ciudad de México- y es considerado un héroe militar para los Estados Unidos.
Luego de varias escaramuzas, que incluyeron estrategias de compra y amenazas militares, está bastante establecido en la interpretación de distintas escuelas historiográficas que el conflicto que se inició en 1846 y terminó en 1848 se debió a las políticas expansionistas de los Estados unidos, creando inicialmente la República de Texas en 1845 y los intentos de adquisición bajo presión de Alta California y Nuevo México.
El resto es conocido: la caída del fuerte de El Álamo, la invasión a territorio fuera de disputa por encima del límite histórico original (Río Nueces), la desorganización mexicana, la capitulación del General Antonio López de Santa Anna. México perdió más de 2 millones de metros cuadrados (el 55 % de su territorio hasta entonces), cambió su destino histórico, se impuso la esclavitud en los territorios previamente liberados de esa indignidad, lo es considerado como el antecedente histórico de la Guerra de Secesión, entre el Norte progresista y el Sur latifundista pro esclavista.
Pero la guerra contra México fue más que eso: fue la confirmación del “Destino Manifiesto”, expresión acuñada por el periodista John L. O’Sullivan en un artículo publicado en agosto de 1845 en la revista Democratic Review de Nueva York, en el que define a la expansión imperial en términos de Lebensraum y la justifica por motivos religiosos: “el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino”.
Por otra parte, la guerra decidida por el Presidente James Polk y aprobada por un Parlamento mal informado y bajo presión, permitió consolidar el prestigio político de Zachary Taylor, un militar con determinación en la acción (su sobrenombre era Old, Rough and Ready), representante del Sur esclavista y apoyado por el partido Whig, quien profundizó la guerra bajo su propia Presidencia, antes de morir en el cargo.
Estas presidencias desempeñaron estrategias propias de la Democracia Jacksoniana (en honor al Presidente Andrew Jackson), opuesta a la Democracia Jeffersoniana (que buscaba superar el monopolio de las élites políticas tradicionales). Entre otras estrategias pragmáticas, la democracia jacksoniana extendió el sufragio, promovió la participación del ciudadano ordinario (“common man”) en la política, bajo un enfoque liberal en la economía y una estrategia agresiva en política exterior.
El militarismo estadounidense también generó mitos históricos tales como la Batalla de El Álamo, batalla clave en un fuerte militar en Texas en el que los soldados americanos fueron rodeados por las tropas del General mexicano Antonio López de Santa Anna, para describir la importancia de la tenacidad frente a la adversidad (remember El Álamo) y dando paso a la leyenda de David Crockett.
Crockett, paradójicamente enfrentado a Jackson por el desplazamiento compulsivo de aborígenes en Florida (conocido como Indian Removal Act), es un renombrado personaje de la cultura pop americana, celebrado Héroe de la Frontera, cuya figura alcanzara dimensiones míticas en su tiempo y fuera recuperado en plena guerra fría por los estudios Walt Disney en una serie que tuvo a John Wayne como protagonista.
Pero el apoyo a la invasión no fue homogéneo: intelectuales y políticos abolicionistas de los Estados del Norte, e incluso el célebre escritor Henry David Thoreau se opusieron. Thoreau publicó su ensayo Desobediencia Civil (concepto retomado luego por Mahatma Gandhi y coincidente con Satyagraha, la práctica filosófica de perseguir la verdad a través de la resistencia no violenta) y terminó en la cárcel por rehusar pagar impuestos para solventar lo que juzgó como una guerra imperialista.
Incluso Ulysses Grant (héroe de la Guerra de Secesión y décimo octavo Presidente americano) se opuso a la invasión de manera tan vívida que declaró: «Me despertó una enconada oposición a la medida, y hasta la fecha, considero la guerra de Estados Unidos contra México como una de las más injustas que jamás haya librado una nación fuerte contra una más débil».
En sus memorias personales, Grant fue todavía más allá, vinculando la expansión imperial a la práctica esclavista: “La ocupación, separación y anexión fueron, desde la iniciación del movimiento, hasta su consumación, una conspiración para adquirir territorio del que pudieran formarse estados esclavistas para la Unión Americana”.
La guerra fue tan cruel y absurda que hasta tuvo sus desertores: un batallón completo del ejército americano (compuesto, sobre todo, por irlandeses y alemanes), luchó junto al ejército mexicano, liderados por un Comandante irlandés llamado –previsiblemente- John O´Reilly, hasta ser ajusticiados por orden del General Winfield Scott,
Es notable la relación que tiene los americanos con la guerra de México. Pregunté a intelectuales, funcionarios y ciudadanos de distintas profesiones sobre este hecho: todos me hablaron de la inevitabilidad de esa guerra y de la necesidad de la invasión para extender el territorio nacional y consolidar la República Imperial.
Más que incomodidad o petulancia, noté que sobre la Guerra contra México la población prefiere el silencio o la indiferencia, como si hubiera algo allí que es mejor no revisar.
Los newyorkers pasan apurados por la breve plaza en honor del General Worth. Los turistas ni siquiera se detienen a mirarla, o paran allí un momento, sólo para tomar fotos del Flatiron Building.
¿Es eso un país, este país, cualquier país? ¿Es una idea que un tiempo abroqueló sueños y desplegó banderas y luego se tornó una dimensión obvia, asumida, necesaria? ¿Es un acto complejo, que implica la inconsciente acumulación de sucesivas capas históricas? ¿Cuál es el grosor de esas capas, de qué densidad es ésta, la actual? ¿Habrá algún día un monumento a los mexicanos, al tozudo empecinamiento de defender su soberanía territorial? ¿Habrá algún día un monumento al Batallón de San Patricio? ¿Ese monumento estará dominado –como el que honra al General Worth- con la leyenda Ducit amor patriae?
Nueva York, diciembre de 2013