Un dibujo en una servilleta
Es probable que el Washington Hotel sea el hospedaje mejor ubicado del mundo. Emplazado en la calle 15 entre Pennsylvania Avenue y la Calle F, fue construido en 1917 siguiendo rigurosamente el estilo Beaux Arts.
El bello edificio de 10 plantas, que cuenta con una elegante fachada color crema y una decoración esgrafiada marrón rojizo, alojó durante casi cien años lo más granado de la comunidad política y diplomática estadounidense, incluyendo la mayoría de los Presidentes americanos, que sólo debían cruzar la calle desde la Casa Blanca y entrar a un edificio de abrumador glamour -cargado tanto de historia política como de arte y refinamiento- para dar una fiesta o celebrar un acontecimiento.
El hotel fue construido por la célebre firma Carrère and Hastings, cuyos dueños, John Merven Carrère y Thomas Hastings, se conocieron estudiando en la École Nationale Supérieure des Beaux-Arts de París en 1880. Juntos desarrollaron una impresionante carrera arquitectónica que incluyó una larga serie de bellos edificios monumentales tales como el hotel Ponce de León en Florida, la New York Public Library (1897–1912), el interior de la Metropolitan Opera House y los edificios del Senado y de la Cámara de Diputados en Washington DC (1908–09).
El estilo de la firma logró un gran éxito al exponer el esplendor de la tradicional escuela europea a través de una versión moderna de los mejores atributos del Estilo Francés y del Renacentista. La atención a la escultura y la ornamentación superficial en su trabajo mostraba un vínculo directo con el diseño axial que garantizaba tanto la funcionalidad de los espacios interiores como la circulación. Asimismo, Carrère y Hastings fueron de los primeros en aplicar las nuevas tecnologías disponibles hacia fines del siglo XIX, usando acero estructural, instalando electrificación integral e incluso incorporando sistemas de climatización central.
Más allá de las innovaciones técnicas, su marca visible fue la adaptación al gusto americano de la arquitectura clásica europea, estableciendo definitivamente lo que sería la tradición centenaria en materia de edificios públicos, controlando la escena arquitectónica neoyorquina hasta la aparición del modernismo internacional en la década del 20.
En efecto, el uso de la ornamentación en esa versión del Beaux Art fue tan exhaustivo que la bella arquitectura despojada que lo sucediera (el modernismo internacional, o International Style, escuela arquitectónica que incluyera celebridades del tamaño de Le Corbusier, Walter Gropius, Louis Sullivan y Frank Lloyd Wright) se basó en un implacable apotegma con tres axiomas: la forma sigue a la función, hay que respetar a los materiales y el ornamento es un crimen.
Fue en el Washington Hotel que Elvis Presley –alojado bajo el nombre de Jon Burrows y viviendo un tórrido romance en la habitación 506 con una joven de pelo azabache- se topó sorpresivamente con Richard Nixon el 21 de diciembre de 1970, generando luego una rocambolesca reunión en la Casa Blanca en la que el cantante de Tenesse le pidió convertirse en agente federal, tras coincidir en rechazar el hipismo y la rebelión política juvenil.
Es en ese hotel que Harrison Ford ha invitado tragos en las fiestas y en cuya terraza un pavo trota alegremente todos los años esperando el perdón presidencial en Thanksgiving Day, terraza que sirvió de sitio de filmación de la saga de la inoxidable The Godfather y de la remake de la notable No way out, esa historia de espionaje y heroísmo de la Guerra Fría.
El hotel fue enteramente renovado en 2007, luego de que la compañía inmobiliaria Nakheel (palmera, en árabe) con asiento en Dubai comprara la licencia, para ser operado desde 2008 por Starwood Hotels and Resorts Worldwide.
En la planta baja del hotel funcionó durante años el restorán Two Continents, en el que en una templada noche del 13 de septiembre de 1974 cuatro hombres y una joven asistente cenaban amablemente: el economista y profesor de la Universidad de Chicago Arthur Betz Laffer, los políticos Donald Rumsfeld (entonces Jefe de Gabinete de Gerald Ford) y Dick Cheney (Segundo de Rumsfeld y ex compañero de clase de Laffer), el periodista Jude Wanniski y Grace-Marie Arnett, asistente de prensa de Rumsfeld.
En un momento de la conversación, Laffer comenzó a atacar la estrategia impositiva del entonces Presidente Gerald Ford, quien a través del aumento de impuestos buscaba cerrar el déficit fiscal y la brecha de la distribución del ingreso. Los asistentes dudaban. Cheney insistía en que no lograba comprender el concepto. Laffer tomó entonces una servilleta y dibujó una curva, para ilustrar el concepto.
Laffer dibujó una curva en la servilleta en forma de campana que representa los ingresos fiscales según el porcentaje impositivo, variando entre posiciones extremas de 0 y 100%, en la que ambos porcentajes lograran una recaudación o una renta nulas. El dibujo era extremadamente sencillo: una suerte de U invertida, con el tipo impositivo en el eje de las abscisas y el volumen de recaudación en las coordenadas. Para establecer el punto intermedio, se apoyó en el Teorema de Rolle, un esquema de cálculo matemático diferencial del siglo XVII que sostiene que el punto intermedio en una ecuación no necesariamente es el punto medio, dependiendo si los intervalos de comportamiento de las variables son cerrados o abiertos.
Según esa perspectiva, el aumento de la presión tributaria no genera necesariamente un aumento en la recaudación fiscal sino que, por el contrario, un tipo impositivo alto disminuye la recaudación, en tanto la disminución de la presión tributaria podría generar un aumento de la actividad económica y la paradójica mejora de la situación fiscal, al aumentar la recaudación impositiva.
La explicación de Laffer planteó una solución sencilla para abordar una ecuación compleja, suponiendo –como no debe hacerse en la economía política- que el resto de las variables permanece constante y que la alternativa elegida –una posición intermedia- no debe sincerar que se sitúa de modo equidistante de dos posiciones irreales y radicales que son premeditadamente elegidas como tales.
De ese modo, Laffer diagnosticó que la economía americana se encontraba ya en un rango prohibitivo de presión impositiva y que –más allá del comportamiento de otras variables tales como la economía informal, el sistema tributario, las lagunas legales y el recorte del gasto público- un recorte radical a las tasas impositivas a los sectores más pudientes generaría, como en las reformas tributarias de Harding – Coolidge de mediados de la década de 1920 y de John Fitzgerald Kennedy de mediados de 1960, un boom económico que terminaría beneficiando a los sectores populares.
Pero la explicación era esquemática: incluso aceptando la interacción existente entre tasas impositivas e ingresos fiscales, la exacta naturaleza de esa relación es compleja e inestable, ya que está influida por una larga serie de factores, como la elasticidad de la oferta de mano de obra, las lagunas fiscales, las tasas impositivas marginales, el nivel del gasto público en relación con el PBI y otras variables económicas.
Incuestionablemente, Laffer tuvo una genial premonición, al plantear un esquema cuya desnudez argumental implica sostenerse en una aparente combinación entre el sentido común y una incuestionable base científica, usando como antecedentes académicos tanto la obra del economista norafricano Ibn Khaldūn -quien había reflexionado sobre la relación entre la presión impositiva y la reactivación económica en el siglo XIV- y los trabajos en ese mismo campo del célebre economista británico John Maynard Keynes, quien, por otra parte, fue un radical opositor al esquema propuesto por Laffer, a quien acusó a de manipulador y simplista.
Así, el dibujo en la servilleta funcionó como dispositivo pedagógico para una explicación simplista, que cautivó a los otros cuatro comensales, pero especialmente al periodista Jude Wanniski, quien acuñó la expresión Curva de Laffer en un artículo publicado en 1978 en una publicación conservadora, The Public Interest, titulado Taxes, Revenues, and the ‘Laffer Curve”.
Esta idea se combinaría con el auge de un nuevo paradigma, la supply-side economy, escuela macroeconómica desarrollada a principios de los setenta como respuesta al keynesianismo dominante en círculos académicos y políticos, que sostiene que el crecimiento económico depende de la eliminación de barreras regulatorias al sector productivo, incluyendo la reducción de la carga impositiva. El fortalecimiento de la oferta, en vez de la demanda –como sostenía el keynesianismo, sin respuestas a la crisis de stangflation de 1973- aumentaría la inversión y expansión productiva.
Wanniski también fue clave en la difusión del término supply-side economics, aunque el concepto fuera originalmente acuñado por Herbert Stein, asesor de Richard Nixon, en base a las ideas del economista canadiense Robert Mundell.
A su vez, ambos conceptos están ligados a una vieja noción de la economía americana denominada trickle-down economics, que sugiere que la eliminación de controles y la reducción de impuestos a las actividades de las corporaciones y los sectores de ingresos más altos generan una dinamización de la economía que redunda en beneficio de los sectores más humildes.
El argumento, sin ninguna base científica ni antecedentes empíricos, ha sido usado por distintas administraciones conservadoras a lo largo de la historia económica americana para justificar la renta extraordinaria de los sectores acomodados y fue acuñado, con expresa ironía, por un humorista llamado Will Rogers durante la Gran Depresión.
El 13 de agosto de 1981, en una ceremonia en Rancho del Cielo, su casa de verano en California, el presidente Reagan firmó el Economic Recovery Tax Act, basado en la propuesta presentada en 1977 por los senadores Jack Kemp y Wiliam Roth. La propuesta, levemente modificada en 1985, fue el recorte de impuestos más importante de la historia de los Estados Unidos, reduciendo $750 billones por cinco años, eliminando impuestos a las grandes corporaciones por $150 billones y recortando bruscamente los impuestos federales para los sectores más acomodados.
El senador Jack Kemp, un ex jugador de fútbol americano oriundo de Nueva York, había estado batallando por la reducción de los impuestos desde que había presentado una propuesta denominada Jobs Creation Act en 1974. Wanniski visitó su oficina en 1976 y lo convenció de modificar su propuesta, demasiado compleja, por un plan de una simpleza abrumadora, eliminando los impuestos marginales. El Senador Kemp comenzó a trabajar con el equipo de la campaña presidencial de Reagan, buscando articular los principios libremercadistas con el voto popular, cambiando la tendencia política establecida desde la crisis de 1930.
Las reforma impositiva regresiva fue el centro de la Reaganomics, basada en el promover la supply-side economics en base al princpio de trickle-down economics, tres dimensiones económicas que impactaron en la estructura del Estado de Bienestar establecido en el New Deal, reduciendo radicalmente los programas gubernamentales de asistencia a los grupos vulnerables y afectando la matriz de distribución de la riqueza, con una masiva transferencia de ingresos desde los sectores populares hacia los sectores más opulentos.
La Reaganomics no existió en soledad, sino que formó parte de la ola neoliberal de la década de los ochenta de alcance mundial, que incluyera –entre otros- al racionalismo australiano, la Rogermonics neozelandesa y, muy particularmente, al Thatcherismo. Estos paradigmas de política económica que buscaban desmantelar el Estado de Bienestar propio de la posguerra, disminuyendo el rol del estado en la economía, promoviendo la libre empresa, privatizando servicios públicos y reduciendo el poder de los sindicatos. Una versión todavía peor asoló América Latina en los años noventa, bajo el influjo del Washington Consensus.
Aunque suelen interpretarse de manera conjunta, el Thatcherismo se diferenció de la Reaganomics por ser una versión más sofisticada y a la vez más clásica del eterno individualismo anglosajón, con una mirada más atenta al déficit fiscal, la reducción de inflación, la promoción de una ética victoriana y un fuerte nacionalismo autonómico frente a los esquemas de integración comercial, académicamente más cercano al liberalismo clásico que al monetarismo americano.
El Partido Republicano y el periodismo conservador estaban exultantes. El Senador Kemps declaró “Let the Democrats be the party of deficit spending. We are the party of lower taxes. Let the Democrats be the party of quick-fixes and more government jobs. We are the party of private enterprise jobs. Let the Democrats be the party of inflation. We are the party of a sound dollar”.
Por primera vez en décadas, los políticos más conservadores desplegaban sus teorías en público y sin avergonzarse. Así, las reformas económicas implementadas por el gobierno de Ronald Reagan, basadas en estas ideas pueriles devinieron políticamente irresistibles y modificaron la sociedad americana para siempre.
El conservadorismo económico estaba de regreso, acompañado por un conservadurismo cultural que asoló la arena política americana, reviviendo viejos mitos imperiales. Ronald Reagan expresó un liderazgo político que enfrentó al desafío moderno de la década de los sesenta, articulando el retorno a la arena política de un tradicionalismo entusiasta que ya sin reparos enfrentaría la hegemonía cultural liberal.
Puede parecer extraño que la conformación de una mayoría política conservadora y la implementación de la Reaganomics hayan sido tan abruptas, dada la percepción generalizada de la estabilidad del sistema político americano. Sin embargo, la así denominada por Nixon Silent Majority había estado agazapada por años durante el dominio liberal del mainstream académico y periodístico. De tal modo, movimientos sociales alejados del mecanismo de toma de decisiones suelen preparar escenarios de cambio abrupto en la política americana.
Los politólogos Frank Baumgarter y Bryan Jones desarrollaron la teoría del punctuated equilibrium, un paradigma tomado de biología evolutiva que desafía la noción de evolución gradual y asegura que si bien las especies atraviesan grandes períodos de estabilidad en sus estructuras genéticas, las fuerzas de cambio generan constante presión.
Mutatis mutandi, cuando el ambiente político coindice con las variaciones incrementales que han venido sucediendo bajo la superficie de la arena pública, tienen lugar cambios estructurales y consecuentes movimientos adaptativos de los actores políticos. Estos se mueven ahora en una nueva bounded rationality, un mecanismo de toma de decisiones que reconoce los cambios estructurales y actúa en consecuencia, profundizando esos cambios.
Así, la salida de la plaza pública y la derrota de la batalla cultural en los sesenta haría que el movimiento conservador volviera veinte años después a imprimir su marcada influencia en la política norteamericana de la mano de un liderazgo que no desdeñó rasgos de fundamentalismo religioso y entusiasmo patriotero.
Luego de años de batirse en retirada en el campo cultural, los líderes de la derecha religiosa y cultural bendijeron la victoria de Ronald Reagan, que fungió como un fenómeno de doble vía: catalizó un proceso histórico previo y colaboró en la consolidación de la nueva identidad cultural de vastos sectores de la sociedad norteamericana agotados del mensaje y la agenda política liberal, mediante una retórica simplista y efectiva.
Las políticas impuestas por la Reaganomics implicaron así cambios no sólo coyunturales sino estructurales, porque tal como lo explica Jacob Hacker en su notable The Republican Revolution and the Erosion of American Democracy, el deletéreo impacto de la era Reagan afectó no sólo a esa generación, sino que modificó la forma de hacer política en los EUA.
El notable aumento de la desigualdad en la distribución del ingreso se combinó con las limitaciones históricas estructurales del Fair Standards Labor Act, que había implementado en 1938 un sistema tributario progresista y desplegado un manojo de herramientas públicas que conformaron el New Deal.
En los ochenta, la mutua interacción entre lo político y las políticas, modelando los recursos y capacidades de los ciudadanos interesados en los asuntos públicos, contribuyó al auge de un conservadurismo agresivo y poderoso, en un escenario de votación estratificado y excluyente de las mayorías, aislando al ciudadano común del escenario político y afectando la calidad del debate sobre los asuntos públicos, generando así una ciudadanía política de baja intensidad, modificando para siempre la naturaleza profunda de la democracia americana, instalando una era denominada new politics of inequality.
Es notable que, en un punto, este proceso histórico tan hiper-abarcador pueda haber sido disparado por el dibujo de Laffer sobre una servilleta, apoyando en un discurso pseudo científico plagado de axiomas irrefutables y verdadades sagradas. Como lo explica Anwar Shaikh en su notable Economic Mythology of Neoliberalism, toda la jerga economicista del neoliberalismo ortodoxo (la auto regulación del mercado, su tendencia al equilibrio, las terapias de shock, la libre competencia y la teoría de las ventajas comparativas) no cuentan con una sola evidencia empírica en toda la historia económica moderna, lo que –si embargo- no disminuye en absoluto su autoridad a la hora de trazar diagnósticos y proponer políticas que afectan millones de ciudadanos, a veces, para siempre.
¿Qué llevo a los americanos a esa encerrona? ¿Fue su eterna desconfianza frente al rol del Estado? ¿Fue la maquinación de un grupo de conspiradores, amparados en un discurso de apariencias científicas, complotados contra el Estado de Bienestar? ¿Fue el entusiasmo popular que despertó una aparente solución simple a problemas complejos?
La curva de Laffer no logró nada por si sola. Al parecer, había unos Estados Unidos sedientos de simplismo, de soluciones claras a preguntas ininteligibles, una sociedad asustada y molesta con la complejidad del mundo, deseosa de recuperar la vieja ingenuidad prepotente del cowboy, marchando hacia la frontera de los problemas y acabando con ellos, get the things done.
Gracias a esa determinación y a esa curva dibujada en una servilleta en un restorán del Washington Hotel, la sociedad americana se volvió irreconocible. La economía política de los Estados Unidos divide el ingreso nacional como una república centroamericana de los años cincuenta, tal como lo describen los incuestionables estudios sobre la fractura de la sociedad estadounidense, que desde hace un tiempo la denominan, con más apuro que certeza, con más melancolía que indignación, Banana Republic.

La servilleta de la historia. Fotografía obtenida por Patricia Koyce Wanniski.
Fuentes
- http://bit.ly/2gMWxlS
- https://yhoo.it/2glypX1
- http://bit.ly/2h5w2Md
- http://bit.ly/2fTepi9
- http://bit.ly/1h3IWOK
- http://bit.ly/LZeLjB
- http://bit.ly/2glGnPL
Buenos Aires, noviembre de 2014