Celebrities y pobreza

En las últimas décadas asistimos a lo que los expertos denominan la «pornografía de la pobreza» y el uso de las emergencias humanitarias por parte de celebrities o ciudadanos comunes afectados por el concpeto de «White´s man burden» (La carga del hombre blanco) acuñado por Rudyard Kipling en su poema homónimo de 1899.
AL menos desde mi punto de vista esa banalización del dolor ajeno sugiere esta interpretación: Como consecuencia de la fatiga de la ayuda, líderes políticos responsables de organizaciones multilaterales (como Kofi Annan en las Naciones Unidas en 1997) han venido convocando a figuras del deporte y las artes para generar conciencia sobre la pobreza mundial y mejorar los mecanismos de captación de fondos para financiar proyectos de desarrollo. Según algunos expertos, esta modalidad tiene dos riesgos: el primero radica en la simplificación del diagnóstico de (y, por tanto, de la forma de solucionar) la pobreza. Segundo, banaliza el sufrimiento de los pobres y diluye la responsabilidad política de los países desarrollados, al instalar en el imaginario colectivo popular que la recolección de fondos y la acción directa de las celebridades podría tener un efecto real en la modificación de las estructuras económico-sociales profundas, verdaderas causas del subdesarrollo.

Rafael Domínguez (Domínguez, 2010) aborda con preocupación lo que denomina «el intenso efecto pedagógico en el accionar de las celebridades de la temática humanitaria y del desarrollo», a partir de un parámetro de interpretación que repite los errores de los donantes tradicionales, simplifica la complejidad de la pobreza y consolida una visión asistencialista la cooperación.

Esta industria del filantro capitalismo despliega un poder blando que amenaza con reformular la agenda desarrollo mediante dos procedimientos: desacredita la imagen de la política tradicional  en la percepción popular y desideologiza el debate sobre las causas del subdesarrollo.

Esto colabora con el establecimiento de prioridades geográficas y la promoción de una agenda de desarrollo banal, vinculada a la estética romántica basada en diagnósticos simplistas que confunden síntomas con causas y promocionan una salida cortoplacista y fragmentaria, más cerca del asistencialismo que del desarrollo.

Domínguez toma como ejemplo los presupuestos culturales implícitos en las campañas de ONE (ONG conducida por Bono) en África, destacando  que esa visión de lucha contra la pobreza es «neocolonial, individualista y consumista”,  instalando en el imaginario popular que  la conducta heroica de las celebridades pueden solucionar una problemática compleja e histórica sin de necesidad acción colectiva, sin incorporar a los propios afectados,  que son desplazados de estas soluciones y cosificados como víctimas ahistóricas.

Una de las consecuencias de esta tendencia es la deformación de la agenda original del desarrollo, que estaba basada en la responsabilidad de los países ricos de colaborar con el despliegue económico y social de los países periféricos.

Otra de las consecuencias es la salida de los Países de Renta Media de la fotografía del subdesarrollo y su desplazamiento a la periferia de la periferia, toda vez que  impone una  sesgada  noción de la pobreza (basada en parámetros economicistas) en combinación con una visión que pondera la espectacularidad de la exposición, a la complejidad de la interpretación.

 

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