Algunas notas sobre la Revolución Rusa

El aniversario de la Revolución Rusa está generando escritos de toda naturaleza para intentar esclarecer las preguntas que tienen 100 años de edad: ¿Era inevitable la Revolución y los procesos del Octubre Rojo (que, en rigor, fueron en noviembre)? ¿Cuán importante fue la ideología marxista y la disciplina leninista en la toma del poder? ¿Fue un proceso universal o típicamente ruso?

Para intentar responder a esas preguntas, sugiero comparar las interpretaciones de dos magníficos historiadores -Sheila Fitzpatrick y Orlando Figes-  en base a sus obras “La Revolución Rusa” y “La Revolución Rusa 1891-1924.  La tragedia de un pueblo”.

El análisis inicial de Sheila Fitzpatrick (en adelante SF) se centra en las dificultades crecientes para la coexistencia del Gobierno Provisional (en adelante GP) y el Soviet de Petrogrado (en adelante SP), dado el origen de ambos mandatos a partir de la revolución de febrero: el GP como producto de una “revolución de élite” y el SP como consecuencia de un proceso más masivo, más multitudinario, más popular.

Por ello, SF considera natural el desplazamiento del accionar de ambos órganos en el espacio político: el GP hacia una posición más conservadora, buscando preservar la ley, el orden y el derecho a la propiedad privada, mientras que el SP radicalizó sus posiciones durante todo el proceso que llevaría hasta la Asamblea Constituyente y el alzamiento de octubre.

Orlando Figes (en adelante OF) inicia su reflexión (especialmente el capítulo “La revolución de Lenin”) con una detallada descripción de los escenarios físicos en los que se decidieron los momentos históricos claves que se sucedieron entre febrero y octubre de 1917. OF abunda en detalles que describen la espontaneidad de la situación, la masividad de la convocatoria y la falta de formalidades, en un juego de palabras que vincula el estado del edificio, el comportamiento de los dirigentes y la evolución de las posiciones políticas: así, al abandono de la higiene del inmueble le sigue el espectáculo político en que todo resulta bochornoso, populista, acelerado e irresponsable.

En condiciones políticas normales, esto se asemeja a una larga lista de defectos, pero constituye un verdadero manual de oportunismo político en momentos en que la Historia parece tomar velocidad y la determinación pesa más que el cálculo político sensato.  Las descripciones de los debates dentro del Comité Revolucionario Militar, el accionar de León Trotsky y el uso de la “máscara soviética” y los eseristas como artificio del poder bolchevique en expansión, implican una mirada por parte del autor en la que priman los aspectos ligados al complot bolchevique frente a la ingenuidad política del GP.

En ese fresco del Instituto Smolny, OF dibuja las principales líneas de su interpretación: el control de la situación, del edificio, de los accesos, de las tropas, el ejercicio propio de la política se transforman en obsesiones cotidianas para los dirigentes revolucionarios, un poco por la inestabilidad política de la época, otro poco por el clima de estudiantina paranoica que parecía reinar sobre la masa revolucionaria.

Finalmente, todos los espíritus sensatos y moderados, desde Zinoviev y Kamenev dentro del SP, hasta Kerensky y Lvov en el GP, tuvieron que enfrentarse con la diatriba incendiaria de Lenin, quien sólo concebía la toma del poder como el resultado de la acción político-militar directa.  El autor, en su detallada descripción, insiste en oponernos imágenes de sensatez y espectáculos de irresponsabilidad política, para finalmente mostrar porqué triunfó el espíritu más radicalizado.

Esa descripción de la metodología leninista se completa con una reacción más que interesante ante un artículo de Zinoviev y Kamenev en el diario de Gorky ventilando los preparativos del golpe, cuando Lenin presagió las futuras purgas bolcheviques, exigiendo la expulsión de los “traidores”.  En mi perspectiva, Figues sugiere un punto fundamental: de la manera en que se concibe, se obtiene y se defiende el poder, es la manera en que se lo usará en el futuro: así, el diseño autocrático del poder en la Rusia soviética bien podría vislumbrarse en la forma en que se derrotó al zarismo.

Para SF, el paso del “Febrero Democrático” al “Octubre Rojo” simboliza la oportunidad perdida para mencheviques y marxistas no bolcheviques de establecer cambios profundos sin por ello menoscabar la importancia de mantener las libertades burguesas.  En este contexto, SF disiente con la clásica interpretación occidental de la victoria bolchevique como consecuencia de la férrea disciplina partidaria de Lenin, dado que para la autora, el Partido, para esa fecha, era un clásico Partido de masas, abierto al aporte de nuevos integrantes y no tan disciplinado como parece.

Para esa autora, la fuerza del Partido de los bolcheviques estaba en la intransigencia de sus posiciones y su constante negativa a integrar coaliciones de gobierno.  Esa condición, ante la desintegración progresiva del “Poder Dual” (la coexistencia del GP y del SP), benefició finalmente a los bolcheviques.  Así, lo que inicialmente podría juzgarse como radicalismo irresponsable y belicoso, generó un espacio político que encontró en la polarización social un momento propicio para la toma del poder.

SF da cuenta de la ampliación de la brecha entre ambas posturas, sostenidas en el fondo por miradas ideológicas diferentes, en un proceso ininterrumpido de horadación del frágil consenso febrerista.  La crisis del Poder Dual fue, según SF, la evidencia de una confrontación más profunda, esto es, el choque entre dos modelos políticos bien distintos de sociedad.  Retrospectivamente, SF elabora un detallado análisis que historiza la conformación del Poder Dual a  partir de la crisis final del poder zarista, en la última intentona negociada, incorporando las posturas de los políticos de la Cuarta Duma, en la abdicación de Nicolás II por el Gran Duque Miguel.

La mirada de SF demuestra no sólo la insolvencia del régimen autocrático por resolver la crisis sino su marcada incapacidad para evaluar la propia gravedad de la misma.  Así como finalmente se adopta una solución negociada, SF refiere que la decisión de aumentar la autocracia y reprimir con violencia los desórdenes siempre fue una opción, la que debió ser abandona a partir de la desintegración del poder policial.  Pero este dato de la política rusa aparecerá más adelante, como elemento cultural que sostiene momentos decisionales de la política soviética, en los que casi siempre se evaluará como posible una respuesta autocrática del poder político de turno a los reclamos populares.

El relato de la autora se concentra en la conformación de la estructura del Poder Dual.  Por un lado, el GP, a cargo del moderado Príncipe Lvov, integrado por liberales, mencheviques, socialistas revolucionarios e intelectuales, con la participación de Kerensky como Ministro de Justicia y enlace con el SP.  SF describe al GP como cauteloso, respetuoso de las diferentes ideologías y en busca de cooperación entre clases sociales.  Pero falto de poder real y preso de las diferencias políticas de sus integrantes.

Por otra parte, el SP, conformado por obreros, soldados y marineros, en un accionar multitudinario y emocional, constituía una forma extraña, espontánea y radicalizada de poder político obrero (con el patrón del Soviet de San Petersburgo de 1905 como modelo), con mucha desprolijidad decisional y poca atención por las formas, pero contando con poder político real y control sobre el aparato de seguridad y las Fuerzas Armadas.

La autora considera que la Orden N 1 del SP es un verdadero acto revolucionario de afirmación del poder del soviet, demostrando el control sobre las FFAA (básicamente los marinos del Kronstadt y la flota en el Báltico) y con una fuerte connotación de guerra de clases, alejado del accionar responsable y moderado del GP.

Esa “irresponsabilidad política” practicada por el SP, le permitió evadir la responsabilidad por la crisis económica coyuntural y dirigir el malestar popular evidenciadas en las Jornadas de Julio (con el célebre lema “Todo del poder a los soviets”) en el GP.  Estas manifestaciones populares simbolizaron la ansiedad popular frente a los compromisos y la metodología de la práctica política entendida en sentido clásico y constituyeron una señal de que la etapa de radicalización política se avecinaba, tal como lo había adelantado Lenin en las Tesis de Abril.

OF considera que la figura de Kerensky fue clave para la radicalización de la situación, dada su comportamiento aislado, similar al del Zar en los días previos a la revuelta de febrero.  Ese autismo, esa auto-percepción como figura providencial, habían sido conductas muy funcionales al accionar bolchevique.

Para SF, en cambio, estaba claro que el grupo bolchevique alrededor de Lenin estaba pensando en la segunda etapa de la revolución, adoptando posiciones de intransigencia, retirando el respaldo al GP.  Sus posturas resumidas en el lema “Paz, pan y tierra” denotaba la urgencia revolucionaria, influyendo sobre el grupo moderado de bolcheviques, aislándolos de la coalición socialista, conforme la influencia bolchevique crecía en las bases militantes de los Comités Obreros y las FFAA.

SF considera a la guerra como un factor fundamental para la crispación del escenario político ruso, pero encuentra en el análisis de la cruda situación en el frente bélico otro elemento importante: un verdadero “antagonismo de clase” dentro de las FFAA, con soldados proletarios y oficiales burgueses.

Esta circunstancia, es puesta en perspectiva por la autora conjuntamente con el entusiasta despliegue de organizaciones obreras en los centros industriales, con la conformación de comités de fábrica y organizaciones locales muy radicalizadas.

En estos ambientes, se vería la evolución del “control obrero” de la producción, un fenómeno inicialmente circunscripto a una tarea de supervisión, pero que se fue ampliando hasta incluir el completo control administrativo de la producción y una forma de autogestión de los trabajadores.  SF considera que estas prácticas de participación obrera fueron medulares a la hora de pergeñar un escenario propicio para la revolución popular.

Según la mirada de SF, el golpe de derecha del General Kornikov, que fracasa por el decidido accionar obrero y la indecisión de las tropas, genera una consolidación del poder obrero y el renacimiento del prestigio de los sectores más izquierdistas, descolocando a Kerensky y al GP.  Este evento, la materialización concreta de lo que hasta ahora sólo había conformado una amenaza contrarrevolucionaria,  habría desbrozado el camino para el ascenso de los bolcheviques en el SP, conforme los reiterados llamados a la insurrección armada del propio Lenin.

SF insiste en los aspectos organizativos previos al “golpe” y los debates en torno a su oportunidad.  Analiza la paradoja de que la publicidad anticipada del mismo haya asegurado su éxito  (contra lo que indicaría un manual de prudencia política), dado que colocó a los actores políticos en una situación en la que habría sido difícil no actuar.

OF hace hincapié, en cambio, en el decisionismo político de Lenin, fluyendo en la helada noche moscovita en un marco de acontecimientos políticos que se sucedían a gran velocidad, montados en una serie de improvisaciones, con la obsesión bolchevique de evitar la actitud dubitativa inicial que había arruinado el éxito de las Jornadas de Julio.  Figes insiste en la obsesión leninista en tomar el poder e informarlo al inaugurar el Congreso de los Soviets, como hecho consumado para demostrar que el núcleo duro de la Revolución estaba protagonizado por el poder bolchevique.

A la arenga dentro del Instituto Smolny para convencer a los aún indecisos (momento en el que los revolucionarios, deudores del espíritu jacobino,  se autodenominan “comisarios”, rango que mantendrán hasta el período stalinista en el que abandonarán los trajes de campaña por vestimenta de calle y el apodo de “Ministros”), le sigue el plan final del golpe.

OF arremete contra la célebre fantasía de la Toma del Palacio de Invierno (donde todavía celebraba sesión el GP), con una fuerte ironía, considerando que la idea histórica de ese asalto se debe a la versión de Eisenstein en su famosa película “Octubre”, receptada con entusiasmo por la mitología oficial soviética.  Figues propone una mirada crítica sobre el uso del pasado en la construcción política del presente por parte de la dirigencia soviética, a partir de una minuciosa descripción del autor, en un intento de desmitificar el legendario asalto.

La descripción de OF de la sesión inaugural del Congreso Panruso de los Soviets demuestra varias cosas: la historia podría haber sido distinta si los militantes no bolcheviques hubieran actuado con menor ingenuidad, en un marco de cultura política más tolerante, con una historia política no signada por el autoritarismo como la rusa y que no zanjara sus diferencias políticas en un juego de suma cero, con ganadores que lo toman todo y perdedores que desaparecen de la escena política.

SF disiente con la idea de que el destino final del proceso revolucionario haya sido un producto accidental y apuesta por la firmeza de las convicciones y el accionar temerario de Lenin.  Fitzpatrick , sin desdeñar a los otros actores políticos y a la estructura económico-social, otorga a Lenin un papel decisivo, tanto en la dirección del proceso como en la velocidad del mismo y analiza los resultados de las elecciones inmediatas a la toma del poder.

Figes volverá a insistir (en el capítulo “Conclusión”) en la importancia trascendental de los aspectos culturales de la vida rusa para que el desplazamiento del régimen zarista y su reemplazo por una dictadura comunista tuviera lugar.  La debilidad de la cultura democrática rusa resulta evidente, sobre todo en aspectos en los que OF combina la paradoja de la cultura anarquista de los campesinos con el reclamo de coacción hegemónica en el mando del poder.

Así, Figes sostiene que el bolchevismo fue algo muy ruso, saltando por encima de las tesis de Marx y Hegel y de las contingencias de la Historia, organizando una enorme ingeniería social a caballo del salto tecnológico en compañía del costumbrismo social vernáculo.

La polémica entre Martov y Trotsky y el abandono de aquél de la sala al ser enviados, literalmente, “al sumidero de la Historia” es una muestra de marxismo explícito de base a un hegelianismo de manual.  Así, la Historia se desenvuelve, teleológicamente, uni-direccionalmente, en un despliegue en el que las razones individuales deben coincidir con la “Astucia de la Razón” o perecer, quedar al costado del camino, ser desplazadas por los más audaces, los que mejor interpretan el “Espíritu de los Tiempos” y que no dudan usar a la violencia como “partera de la Historia”.

Bien mirado, en las lecturas de los dos autores, aun con el otorgamiento a aspectos más ligados a  la cultura política (OF) y al derrotero del accionar de sus protagonistas (SF), sobrevuela la idea de que el paso del febrero democrático al octubre rojo podría haber sido evitado, pero no en ese tiempo, con esa cultura, con esos actores políticos.  Una suerte de guión ineluctable parece guiar el accionar de los protagonistas, actuaciones que nos son develadas por Sheikla Fitzpatrick y  Orlando Figes con la pasión de cinéfilos y la seriedad implacable de los historiadores.

 

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