Similitudes entre el contexto de la presidencia de Arturo Frondizi y la de Mauricio Macri

El gobierno de Arturo Frondizi

El gobierno de Arturo Frondizi tuvo lugar en un contexto nacional e internacional muy particular. Heredero de las tensiones políticas en la Argentina post-peronista y enmarcado en un momento de inusitada disputa hemisférica en el marco político general provisto por la Guerra Fría, el gobierno de la UCRI intentó conformar una instancia superadora a ambos clivajes.

En ese contexto, el desarrollismo – en su versión 1958-1962 – se propuso como un intento de síntesis de esas escisiones. Por un lado, intentó concertar ciertos elementos del programa político justicialista en combinación con dimensiones propias de la tradición republicana y conformó un enfoque económico de rasgos industrialistas pero que no desdeñó elementos ortodoxos. En materia de inserción internacional, por otra parte, intentó mostrarse en el contexto latinoamericano como una alternativa posible entre los regímenes políticos convencionales típicos de la región y el desafío iconoclasta de la Revolución Cubana.

Como se sabe, ese doble escenario de desafíos constituyeron enormes limitantes para la labor del gobierno desarrollista. De hecho, nunca sabremos cómo hubiera sido el gobierno desarrollista sin las enormes presiones del Partido Militar, la rápida desilusión de su núcleo de votantes, la acérrima postura golpista de la Unión Cívica Radical del Pueblo y la eficaz militancia peronista en la búsqueda de la legitimidad total de ese espacio político.

El programa desarrollista

Más allá de la etiqueta meramente economicista con que suele ser clasificado el programa político de la UCRI, el desarrollismo se concebía a sí mismo – sobre todo – como un intento modernizador de la cultura política local con varios desafíos concurrentes.

De modo simultáneo, el desarrollismo buscó ser una instancia superadora de las tradiciones peronistas y liberales, una respuesta pragmática al debate sobre la inversión extranjera (una verdadera herejía política para la época), así como un intento integrador vertical de la geografía nacional mediante un proyecto de homogenización modernizante de la economía y la sociedad (una dimensión integral nunca antes planteada en la política nacional).

Pero – al mismo tiempo – el desarrollismo también constituyó un desafío iconoclasta a cuestiones sagradas de la cultura política nacional (el debate Laica o Libre) y una opción práctica ante el maniqueísmo revolucionario/conservador de la política hemisférica en los años sesenta.

En el terreno específico del modelo de desarrollo, la fórmula propuesta por el desarrollismo tenía – por fuera de las influencias de la época – características únicas (Pablo de San Román, 2009), enfocado en un intento modernizador que buscó el cambio estructural de la economía nacional, intentando salir de los ciclos de estancamiento a partir del desarrollo de las industrias de base, mediante el cual se obtendrían los insumos críticos para la industria, se frenaría la salida de divisas y se produciría una transferencia de fondos hacia la actividad productiva.

El otro gran cambio tanto en materia discursiva como en la agenda política concreta consistió en la percepción que el desarrollismo tenía sobre el capital extranjero, distante de ser considerado una amenaza como en la larga tradición nacionalista, que incluía, por cierto, al peronismo. [1]

En comparación con la exitosa experiencia brasileña, algunos enfoques (López Accotto, 1995) sostienen que si bien los gobiernos de Frondizi y Kubitschek recibieron profundas influencias de las discusiones sobre el desarrollo económico que tenían lugar a finales de los años 50 y en los que la CEPAL jugaba un papel preponderante, los resultados concretos de ambas políticas fueron desiguales, en parte por las presiones que ambos gobiernos recibieron.

Un elemento de marcada importancia en el ejercicio comparativo fue el obstáculo insuperable que significó para Frondizi la debacle pos-peronista en Argentina (Sikkink, 2009), una valla de fuerte significación política mediante la cual el gobierno desarrollista fue entreguista para los nacionalistas argentinos (siendo percibido como nacionalista para los brasileños), pero que a la vez impedía cualquier gesto conciliatorio con el legado peronista, por la presión insostenible de los militares anti-peronistas. [2]

Relación entre política exterior y modelo de desarrollo

La mirada convencional asume que la diplomacia desarrollista fue perfectamente funcional al programa de desarrollo económico, basado en la búsqueda de inversiones extranjeras. Algunos expertos (Miguez, 2011), sostienen que – contra lo que suele suponerse – la política exterior del gobierno de Arturo Frondizi no siempre tuvo correspondencia con el proyecto económico desarrollista interno.

No está claro cómo deben interpretarse los márgenes de autonomía de la política exterior del gobierno desarrollista de Frondizi, si fueron producto de un fenómeno de raíz ideológica o el paradójico resultado del escenario más tenso de la Guerra Fría en el sub-hemisferio, que permitiera desarrollismo argentino postularse como un modelo alternativo entre los regímenes más convencionales y  la Revolución Cubana. [3] Pero también es muy probable que dichos márgenes de autonomía hayan estado vinculados a la formación intelectual del Presidente y de sus asesores. Varios autores (Goldstein y Kehoane) abordan la cuestión afirmando que las ideas son factores claves en la formulación de la política exterior, no con primacía sobre los intereses concretos (militares, comerciales) sino en combinación con ellos. Así como las ideas podrían haber desplegado un rol exógeno en el proceso de toma de decisiones de la diplomacia desarrollista, la identidad cultural y política podrían también haber sido elementos claves en la identificación de los intereses (Wendt) tangibles. [4]

El rol de los intelectuales

Para conformar su cuerpo de ideas, el desarrollismo abrevó en una serie de dispositivos ideológicos y tuvo en varios intelectuales una fuente de recursos discursivos que buscaron tanto diagnosticar la debacle argentina y latinoamericana por fuera de los paradigmas convencionales, como otorgarle sentido al programa político desarrollista.

El perfil ideológico de los intelectuales cercanos al gobierno permitió – como lo sostienen algunos autores (García Bossio, 2010) – que se insertaran de manera inarticulada en el proceso de toma de decisiones a partir de redes intelectuales y perspectivas que incluyeron:  la vía eclesiástica del pensamiento social/cristiano pre-cepalino, la influencia de pioneros del desarrollo (tales como Albert Hirschman, Walt Rostow, Gunnar Myrdal, Paul Baran y Raúl Prebisch) y la así denominada vía autóctona del núcleo desarrollista-frigerista. [5]

La actualidad

Por su parte, el gobierno de Macri tiene lugar luego de la prolongada experiencia kirchnerista. Existe cierto consenso en las virtudes de los gobiernos de NK/CFK, enfocados en la reconstrucción del poder estatal, luego de la debacle económico-social y política de 2001.

El objetivo de reconstrucción institucional,  re industrialización e inserción social fue parcialmente cumplido, sobre todo en la primera etapa del período (2003-2007), en un fenómeno político que no desdeñó, inicialmente, un intento de transversalidad política que buscaba limitar el poder del  pejotismo en el ejercicio del gobierno peronista.

Con la crisis política generada por el aumento de las retenciones impositivas (“conflicto con el campo”) en 2008, pero también preso de su propia lógica schmmitiana de amigo-enemigo, el kirchnerismo abandonó la política de consensos y transversalidades para enfocarse en una lógica que promovió los clivajes discursivos y la radicalización política. Así, la “inclinación por la excepcionalidad y la agudización del conflicto” (Vommaro, 2016) de los últimos años del gobierno de CFK fue funcional al rol asumido por los sectores más radicales en la exacerbación de las posturas a ambos lados de la política y reprodujo exitosamente una lógica política perversa que sólo aumentó la división cultural y política nacional.

Por fuera de ese dato relevante sobre el estado de la cultura política al final del kirchnerismo, persiste una polémica difícil de encauzar sobre las consecuencias reales de las políticas del período 2003-2015. Algunos economistas aseveran que el período K verdaderamente modificó la estructura económica nacional, diversificando el patrón de producción, acumulación y distribución del ingreso.  Ese juicio favorable sostiene que el K no sólo atendió a los sectores más vulnerables en su situación de indigencia sino que produjo cambios estructurales en la matriz económico-social.

Otras miradas son menos entusiastas y sostienen que el K desperdició un momento inusual de precios altos de las commodities y un gran caudal político para rediseñar la herencia económica de los años 90. En esa perspectiva, el país que deja el período K sigue teniendo una estructura productiva rentista, dependiente de la fijación de precios externos de una commodity, no ha diversificado la estructura productiva nacional y sólo atendió de manera clientelar a la pobreza y la indigencia, sin generar desafío alguno para la fuerte concentración oligopólica del comercio exterior y al modelo especulativo/financiero iniciado en 1975.

Pensar el macrismo

De manera todavía incipiente, la literatura académica comienza a analizar el gobierno actual. Por lo general, las perspectivas siguen el derrotero expresado al analizar el liderazgo político de Mauricio Macri durante su performance en elecciones anteriores y al frente del gobierno de la ciudad de Buenos Aires.

Algunas miradas (Casullo, 2015) sostiene que el liderazgo político macrista sólo resulta expresión de un sector social de centro-derecha. Así, consideran que el macrismo es un fenómeno político nuevo pero que conjuga elementos idiosincráticos a la política argentina, combinando rasgos de la derecha liberal y del populismo de derecha.

En tal sentido, estas miradas afirman que el liderazgo macrista representa a los intereses de la élite empresarial y, en tal sentido, advierte – tras la debacle de la Alianza – “que el populismo, no el progresismo, era el ingrediente para garantizar el mínimo de gobernabilidad necesaria para la acumulación empresarial”. [6]

Estos rasgos conservadores se combinan con apelaciones afectivas hacia lo popular (como la simpatía por ciertos fenómenos masivos como el fanatismo por el fútbol en general y por Boca Juniors en particular), así como permite la articulación con el peronismo, de modo de articular redes políticas con sectores vulnerables de la población (enfatizando el rol de algunos líderes peronistas como Cristian Ritondo).

Otras miradas (Vommaro, 2016) se enfocan en el derrotero de la respuesta de la clase política a la demanda social de “un país normal”. Así, el seguimiento de la evolución de esa respuesta indica que hubo una anunciada intención primigenia de NK (en torno a un vago desarrollismo y capitalismo periférico integrador) y que la cuestión estuvo presente en la propuesta de sintonía fina del primer gobierno de CFK.

Estos gobiernos también auguraron la normalización del país (en términos de realismo y prudencia política, manejo transparente de los fondos públicos y fortalecimiento institucional).  Esta perspectiva asegura que, nuevamente,  “la normalidad es territorio de disputa”, ya que Macri parece querer construir una nueva normalidad, saliendo de la excepcionalidad y del conflicto como lógica de poder, con una fuerte vocación post ideológica.

Esta mirada sostiene que el macrismo opera, básicamente, sobre dos ejes fundantes: el emprendedorismo y el voluntariado [7], como forma de lograr eficiencia en el manejo de los asuntos públicos y como estrategia de involucramiento en la problemática social, en una agenda gubernamental alejada de batallas épicas, indiferente a liderazgos mesiánicos – fortaleciendo la labor en equipos – y enfocada en una agenda pos ideológica.

Así, el núcleo discursivo y la agenda política del macrismo – enmarcado en el republicanismo liberal y con el objetivo de una modernización estatal en base a la gestión y la transparencia – enfrenta un doble desafío: por un lado, la cultura política plebeya-igualitaria de la Argentina post 2001 con su agenda difusa de derechos hacia los bienes colectivos y, por otro lado, la presión de los portavoces de los actores corporativos con su agenda de intereses concretos.


Referencias

[1] Lejos de ser percibido como una amenaza, tanto Rogelio Frigerio (principal asesor, con pasado con ideas de izquierda) como el propio Frondizi (desdiciendo la perspectiva de su propio libro Política y Petróleo, en el que criticara la apertura del peronismo al capital extranjero para la exploración petrolera), consideraban a la inversión extranjera como una aliada en la reforma estructural de la economía local, buscando dar un salto productivo por fuera de los esquemas clásicos de desarrollo, a partir de la sustitución de importaciones.

[2] En esa mirada, la política económica del gobierno Kubitschek probablemente haya sido una de las aplicaciones más exitosas del principio de la planificación económica en América Latina, con similitudes con el enfoque frondicista, a partir de la implementación del Plano de Metas, centrado en las áreas de la energía, transportes, alimentación, industria de base y educación. En este modelo,  las inversiones internacionales se enfocaron sólo a los sectores en los que el país no tenía posibilidad de un desarrollo autónomo, manteniendo en las manos del capital nacional, y fundamentalmente del capital estatal, aquellos sectores suficientemente desarrollados por recursos financieros internos. Un notable ejercicio comparativo entre ambas experiencias es el trabajo de Kathyryn Sikkink (Sikkink, 2009) quien analiza similitudes y diferencias entre el caso argentino y el brasileño para explicar el fracaso del primero y el éxito del segundo, en base al rol desempeñado por los militares (los brasileños con clara tendencia desarrollista y los argentinos con su ideología liberal) y la relación con la burocracia estatal (obligando a Frondizi a establecer un mecanismo paralelo al aparato estatal, mientras que las ideas desarrollistas encontraron resonancia en la tecnocracia brasileña).

[3] Otras miradas (Lanús, 1996; Potash, 1981; Rouquié, 1967) afirman que los rasgos de autonomía de la política exterior frondicista fueron una estrategia personal del Presidente motivada por una lógica política interna. Así, algunas decisiones principistas y el papel independiente de la diplomacia desarrollista en la debacle política hemisférica fueron movimientos tendientes a mantener el prestigio original de su gobierno, para contrarrestar la gran crisis y pérdida de apoyo en la política interna.

[4] Una profusa literatura académica podría estar sugiriendo que la diplomacia frondicista no sólo siguió una agenda destinada por motivaciones económicas.

[5] El rol desempeñado por Rogelio Frigerio como co-autor junto a Frondizi del núcleo ideológico del desarrollismo fue muy significativo. Algunos historiadores (Cerra, 2010) sostienen que –contrario sensu a lo que se ha dado por probado y por motivos tanto cronológicos como por inconsistencias teóricas- la concepción política y económica del principal intelectual del desarrollismo por fuera de Frondizi, no recibió la influencia decisiva de la producción teórica de Myrdal, Nurske y Hirschman, siendo su mirada relativamente autóctona.

[6] Casullo, María Esperanza, Mauricio Macri: ¿liberal o populista?, en Racismo, violencia y política : pensar el Indoamericano, Universidad Nacional de General Sarmiento, Sergio Caggiano (compilador), Los Polvorines, 2012, página 45.

[7] Vommaro, Gabriel, Unir a los argentinos: el proyecto de país normal de la nueva centroderecha argentina, Revista Nueva Sociedad, nro 261, enero de 2016.

Fuentes

Caracas, diciembre de 2016

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